"La Primavera Sombría" de Unica Zürn: una sexualidad un tanto particular
Está bien descrito cómo se descubre la diferencia entre los sexos en los
niños neuróticos. La Primavera Sombría
de Unica Zürn[1] ofrece
otro tipo de testimonio, un encuentro con lo sexual poco mediatizado por el
discurso común.
La protagonista confiesa su fascinación por su padre y el cuerpo masculino. Hacia la madre y la mujer mantiene “una aversión viva e irreductible”. Una mañana, al subir a la cama de la madre, “se asusta de aquel cuerpo enorme”. En vez de un otro humano y "domesticado", se encuentra con un cuerpo terrible, un mero trozo de carne: “La insatisfecha mujer se lanza sobre la niña con una boca húmeda y una lengua temblorosa y larga como aquella cosa que su hermano esconde dentro del pantalón”.
Por cierto, los dibujos de Zürn parecen ofrecer un testimonio de que su propio cuerpo tampoco era "domesticado" y "humanizado" para ella: aparentemente no pudo "hacerlo suyo" y su relación con él estaba trastornada, marcada por una extrañeza:
La ausencia real del pene en su propio cuerpo, insoportable para la protagonista, no pasa a ser una falta simbólica - una falta que la empujaría a una búsqueda de solución también simbólica, como en Freud lo son el deseo de tener hijos o dinero u otro objeto de valor simbólico - o como en Lacan lo es el deseo de ser deseada por otros, de convertirse toda en un objeto de deseo. Eso es lo que pasaría en una neurosis.
Pero en la protagonista de Zürn esa falta no-simbólica desencadena una búsqueda de la solución más directa y sin metáfora, es decir, sin desplazamiento a otro nivel (a nivel de lo simbólico, de sentidos y palabras). Así, la niña “piensa
dónde puede encontrar su propio complemento. Se lleva a la cama todos los objetos
duros y alargados... y se los introduce entre las piernas”. Esta búsqueda de
“complemento” y una masturbación desenfrenada, sin culpa o vergüenza, no
encuentran ningún límite. Su primera “relación” es con su perro: utiliza la
lengua del animal como un instrumento de placer. Más tarde, decide esperar a
que el “remedio” le llegue del hombre. Esto podría parecer lo que Freud llamaba la solución edípica,
si no fuera tan literal.
En este sentido es curioso su amor platónico por un desconocido. Por un
tiempo funciona como un límite para su sexualidad, pero pronto se convierte en
una incorporación real: la niña acaba comiéndose la foto de su amado.
A la vez, a falta de una significación sexual común y universal que viniera del Otro social, la niña inventa una significación propia. Durante una experiencia de incesto con el hermano compara los genitales con la herida y el cuchillo. Esta metáfora sella un desarrollo anterior: la vinculación de las relaciones entre los sexos con la violencia, colocándose ella en la posición del objeto de goce del Otro (Ya antes, fantaseaba con escenas de tortura. “El dolor y el sufrimiento le causan placer”, ofreciendo una suerte de tratamiento para el cuerpo y la angustia). Parece que así logra dar sentido a lo sexual y subjetivarlo, aunque sea de manera muy particular.
Sin duda, esa novela tiene raíz en las experiencias infantiles de la autora. Y a la luz de esta experiencia de lo sexual como sufrimiento y violencia, cobra un nuevo sentido la relación que Zürn va a establecer con el fotógrafo Hans Bellmer, en cuya muñeca-modelo torturada se convertirá.